La prostitución de la amistad. Última parte.

Después de mucha observación, reflexión y análisis de las relaciones interpersonales en mi generación puedo decir, sin temor a equivocarme, que la amistad es la más escasa. Si es que aún existe.

Las relaciones humanas se basan en el intercambio, incluso las más profundas como el noviazgo o la amistad. Pero una particularidad de las de mi generación es que no sólo se busca obtener mucho del otro, también se busca dar menos. He visto como mejores amigos aprisionan dentro de la jaula emocional a otras personas, siempre afirmando que quieren lo mejor para el otro. Pero no es así.

Las relaciones en mi generación son unilaterales. Siempre es uno el que pierde más que el otro. El tonto, el chingado, el pendejo.
Pero el pendejo lo sabe. Sabe que es víctima, le gusta ser víctima. Porque así obtiene de otros el afecto que da a otra persona sin dar nada a cambio.

Este estatus de víctima le da algunas ventajas al pendejo, una es dejar de hacerse responsable de su situación. Porque sabe que el victimario es la causa de esta, pero por los sentimientos que tiene con él, no puede terminar la relación. Otra ventaja es la percepción que los demás tienen sobre él. Cómo él siempre es el que sale perdiendo, otros llegarán a sanar las heridas que le cause el victimario.

No estoy describiendo nada nuevo en las relaciones de mi generación. Son de codependencia, son opresivas y son violentas. Lo único particular de lo que describo es que son la norma.

La norma es gente que no se interesa por la gente que quiere. Que se junta para mitigar sus vicios, sus problemas. Que se junta, pero que no se une. Gente con la necesidad de entablar relaciones con su prójimo, pero son incapacidad para hacerlo.

Sobre estos sujetos yace una condena terrible. La de la soledad.

Cuando empecé a escribir sobre las relaciones, una amiga que leía lo que escribía antes de publicarlo, me preguntó que qué soluciones proponía para esto. Le dije que mi intención sólo era describir lo que veía, pero creo que la verdad es que no veo como algo que pueda curarse.

No es una enfermedad, es algo que es. Es parte de una generación de niños que creció sin padres, sin más reglas que las de la tele. Es una cultura. Una cultura no se puede curar.

La mayor parte de la gente con la que me relaciono actúa de la manera que he descrito ahora y en publicaciones anteriores. Cada uno de los ejemplos que di fue real y son comunes.