Otra cosa.

Sonaba en mi celular Desolation Row.
Yo llevaba unos lentes de sol muy viejos que le robé a mi papá. Se los había regalado mi mamá cuando empezaban a salir, me gustaban porque se veían de hace mucho tiempo.
Tú tenías una blusa verde sin mangas. Estábamos caminando con todos los demás. Era medio día.
Te puse bloqueador en la espalda.

Después fuimos a un parque de diversiones. Esperábamos a tu amiga cuando te abracé y te pregunté que porque no eras mi novia. "No sé" dijiste.
"Yo si sé" te contesté.
"Ah ¿sí? ¿Por qué?"
"Porque te da miedo."

Te reíste y te di un beso en la nariz, tú me besaste la barbilla.

La noche anterior, todos los muchachos nos íbamos a poner borrachos. Yo mismo había comprado una botella para compartir, la había escondido en mi mochila pero tú ya sabías que ahí estaba.
Me senté junto a ti en el camino al hotel. Justo antes de bajar me dijiste:
"Puedes tomar y no me enojo, pero por favor... No fumes."

No hice nada de eso. Hasta la fecha los muchachos se acuerdan y se ríen de mi excusa.

En el museo al que fuimos te compré una pulsera de aluminio, era verde.

En el camino de regreso escuché Desolation Row. Y recuerdo que soñé contigo.

En ese entonces tus amigos me odiaban, los míos te odiaban. Todo mundo sabía que tú y yo teníamos algo pero nadie nos decía nada. Todo mundo decía que nos habíamos besado, en clase, en el viaje, en el autobús. Pero jamás lo hicimos.

A veces juntabas tu nariz con la mía o te besaba la nariz y tú me besabas la barbilla.

Creo que una vez te dije que la única razón por la que no nos besábamos era porque alcanzabas mi boca ni yo la tuya. Tal vez nunca te lo dije.

Me acuerdo que llamaba a tu casa para recordarte que tenías que tomarte la medicina. Te hablaba después de la comida y antes de la cena. A las 9:30 ya no podía llamarte porque tu papá se enojaba.

Yo estaba loco, nunca supe como me aguantaste tanto tiempo. Pero qué bueno que lo hiciste.

¿Has notado?

Has notado cómo me tiemblan las manos
de miedo y de ansiedad
cuando no puedo tocar las tuyas
aunque me maten las ganas de hacerlo?

No has notado cuando mi mirada
se queda pasmada en un detalle tuyo?
En tu nariz, en tu pelo, en tus ojos?
En tu sonrisa, en tu risa, en tu enojo?

Has notado cuando confundo
tu sentimiento con el mío
y siento tus intenciones como mías
y tus pensamientos como propios?

Cómo cuando siento que, como a mí,
te tiemblan de miedo los labios
con terror y premura de besarte
aunque estén tan lejos de hacerlo?

No notas mi frío al dejarte?
No notas mi alegría al verte?
No notas mi ansia de tenerte?
Mi miedo a ti?

Mi miedo a pronunciarte
a decir en voz alta
lo que mis manos gritan
cuando tocan la taza de café?

El miedo de pensarme junto a ti
de pensar, intentar tocarte?
No notas lo que siento,
estruendo en mi pecho,
resonando en mi corazón?

Notas, acaso, la morada
segura y cálida, calmada
que es tu imagen
en mi mundo de terror?

Has visto mis ojos llorando?
Mis piernas temblando?
Mis manos cediendo?
Mi voz quebrando?

Has visto a un ave dudar en el vuelo?
A un relámpago regresando a la nube?
A la lumbre mojar el acero?
A un corazón llorando de miedo?

A un hombre regresando al hogar?
A una botón convirtiéndose en flor?
A un violín cantar el amor?
A un recuerdo provocando el dolor?

¡¿Me has visto a mí cantando tus ojos en la noche
gritando tu boca en la luz
rogando por tu mirada en la soledad?!

Has notado a aquél mendigo
cuyo más grande tesoro
es aquel oro blanco
que esconde aquél cofre carmesí?

Aquella sonrisa que el sueño me quita
y el sosiego me arrebata?
Y nada más provoca
que más razones para provocarla?

Has notado, oh mujer,
has notado?
El terremoto que en mí has desatado?
La guerra que en mi alma has calmado?

Los suspiros que has provocado?
Los sollozos que has comenzado?
Las sonrisas que has empezado?
Las dudas que has comenzado?

Has notado
que a tus pies se encuentra un hombre
un hombre firme y sin dudas
y por tu amor, glorioso y derrotado?

Has notado, oh mujer.
Que el incendio en mi alma,
con tu sonrisa y tus ojos,
has expandido y a la vez calmado?

Holden Caulfield

Creo en la ternura de las almas marcadas por la tragedia.
Ese bálsamo de miedo que afloja a la amargura.
Que se le mete a uno en los huesos de las manos
para hacerlas de caricia fácil y de apretar seguro.

Es en las almas suaves donde la amargura deja la semilla
de la paciencia, la amabilidad y del consuelo.
Se riega con las lágrimas que se les secan a los amigos,
y con la lluvia que acompaña a los solos días fríos.

Sólo el que sufre sabrá dar alivio a aquellas almas
que poco conocen la pena.
No es de la risa donde nace el buen amigo:
es del llanto, del dolor, de la vergüenza.
Son estas almas las que están condenadas a sonreír por la vida
cargando una condena de gran tristeza y melancolía.
Los que sufren son los que en la tragedia encuentran el amor
por la felicidad de sus amigos.
Éstos pintan con sonrisas su amargura
Visten de risas a un malestar sombrío.
Porque conocen cuanto cuesta el sufrimiento
y no quieren dejarle la cuenta a sus amigos.