Así que escribo sin ganas, escribo porque es necesario. Escribo porque es preciso.
Empiezo.
Hoy hemos llegado al final de nuestro viaje, un final agridulce como deberían de ser los finales de las grandes historias, agradezco el que hubieran muchas lágrimas y muchas risas en este viaje, muchos besos y mucho sudor. Mucho dolor. Mucha felicidad.
Con mi siempre incansable compañera. Tú.
Tan lejos se veía el final de nuestro sendero al iniciar nuestra marcha y ahora al ver lo que hemos recorrido, no hago más que desear haber disfrutado más el andar que el camino, más la compañía que el paisaje.
Tantos malos pasos que dimos, tantos tropiezos, tantas victorias. Acabaron hoy.
Te saludo, gran compañera, y me despido con los ojos húmedos, pero también con una gran sonrisa, no por el camino que nos espera, sino por el que fue recorrido.
Y espero que alguna vez tu senda vuelva a unirse con la mía, de no ser así, sólo deseo que tu camino sea uno placentero, que este lleno de aventuras y que no te hagan falta las cosas que no te pudo ofrecer mi senda. Que Dios aligere tus pies y que no se olvide de los míos.
Termino.