Consejo a la gente que entra a esta etapa llena de llanto llamada la adultez.

Cuando entré por primera vez a la universidad tenía 18 años recién cumplidos, una novia y muchos amigos. Pensé que los tres me iban a durar para siempre.
Primero se fue la novia, la distancia, los horarios y el desmadre pudieron más que todo el amor. Después se fueron los amigos, algunas veces la gente madura a destiempo, unos antes y otros después; hasta ahora no sé si ellos maduraron y yo me quedé o si fue al revés.

Después se me fueron los dieciocho años.


Me di cuenta que no es como si rompieras una barrera invisible que te dice: "Hey, felicidades. Ya estás grande." Son pequeñas cosas que hacen que te des cuenta, el dejar de fumar porque te ves "cool"  y empezar a hacerlo porque en realidad te estás volviendo adicto, darte cuenta que es más fácil conseguir sexo que en la prepa pero muchísimo más difícil encontrar una buena relación con un tolerable nivel de compromiso, que te dejen de importar cosas que antes eran primordiales para ti: Las salidas con los cuates todos los jueves, la fecha de algún videojuego, comer rico todos los días, echar la reta de fut.



Te das cuenta que tienes responsabilidades pero que no estás ni de lejos capacitado para llevarlas a cabo, te das cuenta que todo lo que aprendiste en 12 años de educación básica sólo te sirven para una cosa: Entrar a la universidad. No te preparan en nada para la vida.

No te enseñan en ninguna escuela que muchas veces te tendrás que quedar solo, no te enseñan que cuando ya no estén papá y mamá tendrás que mantenerte firme en tus decisiones, porque "ya estás grande" y la gente grande tiene que ser "seria y formal". Te enseñan sobre la parábola y sobre la elipse, no te enseñan lo que es tener un jefe, una fecha de entrega, pagar impuestos, la renta, cuanto cuesta pagar el agua y el gas. No te enseñan que también entre tanta responsabilidad tienes que meter un poco de tiempo para una cerveza, un partido de fut o un cigarro en el pasillo, un momento para ti; si no quieres explotar en la oficina y matarlos a todos con el teclado de tu computadora.



Después de un año y medio de fracaso universitario me di cuenta que en las instituciones sólo te enseñan lo que debes saber para llenar un puesto. No te enseñan a llevar tu vida de la mejor manera, les importa que seas un buen profesionista y un gran profesional, no les importa si tienes adicciones, vicios, desamor, tristeza, felicidad, sexo. Nada. Y está mal.
Está mal.


Porque no nacimos sólo para trabajar y tener un puesto y un sueldo. Al final del día si eres psicólogo, ingeniero, médico y sabes los secretos de hasta el último libro de la biblioteca, no te alejarás ni un paso más que los demás de la tumba. Nacimos para ser felices, para estar con los nuestros, para coger, para morderle la espalda a una mujer que acabamos de conocer, agarrarle las nalgas a una tipa en la calle, comer algo que tú hayas preparado, tomarnos un café acostados en la cama, escribir en un blog que nadie lee. Nacimos para eso. No para pasar por una institución que se supone debería darte un sentimiento de pertenencia y no te da más que un trozo de papel que te da permiso de sentirte mejor que los demás, y te quita lo más valioso que tienes: Tiempo.


Hace poco le pregunté a un amigo que si había hecho verano en la escuela, me dijo: "Sí wey, no voy a tirar a la basura dos meses de mi vida."

Si supiera que yo todos los días que estuve aquí abracé a mi madre, le hice de comer a mi abuela, jugué con mi hermana y hablé con mi padre. Si supiera que yo en seis meses de enfrentarme al fracaso aprendí a conocerlo bien y a perderle el miedo. Si lo supiera se daría cuenta que el que pierde el tiempo es aquel que no se permite equivocarse y el que lucha por algo que no lo hará ni un gramo más feliz de lo que puede ser por él mismo.



Aprendí más en seis meses aquí que en cualquier universidad. Y aún así, regreso en agosto. Más sensato, más sensible, más humilde pero sobre todo más yo.