Chistes que me cuento solo

De todos los artistas, creo que los escritores prosaicos son (somos, sí, ajá) los menos excéntricos. Son los bichos raros del arte. Criaturas calladas y taciturnas, como la gente común, sólo que con mentes explosivas de artistas. Dóciles hombres de mente salvaje. No son como los egocéntricos músicos o los extravagantes pintores. Hasta en sus vicios son un poco más discretos, sí, tenemos un Hemingway borracho y un Bukowski cocodrilo, pero no morimos en bañeras, ni nos volamos los sesos. Si el arte fuera un salón de clases, los escritores prosaicos serían los chicos callados que llevan una pistola en su mochila.

Soy.

Hola.


Soy yo. Me conoces muy bien. Soy el miedo disfrazado de experiencia. Soy la razón por la que te levantas en la madrugada. Soy la razón por la que sólo duermes del lado derecho de la cama. La razón por la que ya no te arreglas ni te pones guapa antes de salir a la calle. Soy la fe que le perdiste a la gente. Soy eso que no te hace estar segura sobre seguir soñando o despertar. Soy tu inocencia, la que dejaste hace mucho. Soy lo que te hace mirar hacia atrás cuando caminas por ese lugar con tantas estatuas que te gustaba tanto ¿Sabes por qué te gustaba tanto? Porque ibas con él y no ibas conmigo.
Soy el ayer vivido hoy. Soy tu cadena, tu ancla, tu freno. Soy esa palabra que no logras pronunciar. Soy ese "te quiero" atorado en tu garganta. Ese "te extraño" navegando en tu cabeza, girando y girando, taladrando en tu mente, es ese el ruido que no te deja dormir.


Soy esa foto que guardas en el cajón, debajo de tu ropa, en una cajita de lata. Esa foto que nunca ves pero que jamás tirarías. Soy el llanto que aparece una vez al mes, cuando hace mucho frío, ese que no sabes de donde viene ni te importa a donde se va.


Soy porque tú quieres que sea. Soy el miedo disfrazado de experiencia. Soy la cobardía vestida de sensatez. Soy una gota en tu mar de llanto.

Le fantôme de l'escalier

Tengo un pasatiempo. Me gusta platicar con la gente y sacar un billete de cien pesos, mirarlos a los ojos y decirles: Si me dices el poema que viene en letra pequeña en este billete, te lo regalo. Hasta ahora nadie me lo ha dicho y se me hace algo triste, porque es algo muy tonto y muy sencillo de recordar.


Una vez se lo dije al novio de una amiga. No lo pudo a adivinar y me dijo: "Oye, tú sabes muchas cosas que no sirven para nada, ¿Verdad?"

Y le dije: "Bueno, si lo hubieras sabido, te habría servido para ganarte cien pesos, ¿No crees?"

Pum.

Para la gente como yo es algo terrible enamorarse. Espantoso, catastrófico. Es tan malo como caerse de un árbol e igual de molesto que una herida dentro de la boca.
No te deja pensar bien.
Siempre estás alerta e inquieto y piensas muchas cosas pero no puedes aterrizar nada. Es imposible concentrarse y los sueños te traicionan. Las victorias te saben más dulces y las derrotas son más ligeras y eso está mal! Está mal porque te dejan de importar muchas cosas!
Ya no te importa si perdió el américa, si se descompuso el ascensor o si se acabó el café, vaya, ni siquiera te importa el haber llegado tarde a clase. Porque estás enamorado y te sientes alegre pero melancólico. Triste pero entusiasmado. Miserable pero esperanzado.



Es un estado horrible, el estar enamorado, para gente como yo.


Nosotros somos malhumorados, bromistas, observadores, sangrones y hasta mentirosos. Pero el amor nos vuelve mansos, torpes, simples y hasta pendejos. Pendejos en calidad moral. Descuidamos cosas, descuidamos amigos, familia, escuela, trabajo, casa e iglesia. Y por muy poca recompensa.

Nos volvemos mendigos. Una palabra se vuelve el tesoro más grande de todos, sí es escrita la vemos por horas frente a un monitor, fascinados como el que ve unos senos desnudos por primera vez. Si la palabra es hablada sólo la recordamos, todo el día, la llevamos a nuestros trabajos, escuelas, casas, como si fuera un amuleto, la sacamos del maletín de cachibaches que es nuestra memoria y sonreímos estúpidamente.

A gente como yo el amor nos vuelve complacientes. Nos vuelve bestias. Nos vuelve pájaros sin alas. Nos vuelve trompos dando vueltas sobre nosotros mismos hasta que se nos acaba la cuerda y ¡Pum! Volvemos a caer al piso. Ya en el piso nos sentimos cómodos, seguros, reales.



Y viene una mujer y nos da cuerda y otra vez a girar.


El amor es malo para la gente como yo. Nos vuelve malos poetas. Filósofos baratos. Limosneros con garrote. Pendejos.