(Sí, soy algo misógino)
Pero no me doy cuenta. Y ustedes tampoco se dan cuenta cuando son misóginos y las mujeres no se dan cuenta cuando son misóginas. Porque los individuos no somos misóginos, el ambiente es el que odia a las mujeres. O no le importan las mujeres, yo que sé.
Hagamos un ejercicio, ¿les parece?
Abramos todos dos pestañas en google. Busquemos en la primera Man of the year y en la segunda woman of the year.
¿Quién aparece en la primera? ¿Obama? ¿Vladimir Putin? ¿Mark Zuckerapellidojudío?
Y ¿Quién en la segunda? ¿Katy Perry? ¿Selena Gomez? ¿Gloria Trevi?
Fácil. Ahí vemos lo que la sociedad le exige al hombre. Tiene que ser poderoso, inteligente, rico, exitoso y sí es apuesto es algo irrelevante. Ahí tienen a su superhombre, ¿No les daría miedo encontrarse al segundo de esa lista en un callejón oscuro? ¡Claro que sí! Saben bien quién es. Es alguien que se definió así mismo y cambió algo. Minúsculo a lo mejor, tal vez no haya cambiado algo para bien, pero hizo algo.
En cambio. ¿Qué se le exige a la mujer? Fácil. Que esté buenísima laijadesupuctamadre.
Nada más.
No tiene porque ser inteligente. No tiene ni siquiera porqué hablar, existe el autotune. No tiene que esforzarse por escribir, digo... Pero mírenla, ¡Qué buena está, la cabrona!
Eso se le pide a la mujer del año. Que sea un objeto masturbatorio de los miles y millones de hombres que no son hombres del año. ¿Quieren ser las mujeres del año? Pónganse buenas y sonrían. A nadie le importa lo que piense la mujer del año.
Y no sólo en sus exigencias es cruel este ambiente. Es cruel en su desarrollo.
La mujer del año, o mejor aún, las aspirantes a mujeres del año (ustedes chavas que quieren estar buenotas pal verano), con el tiempo pierden valor. Literalmente, valor económico.
Las cosas en las que invierte la mujer del año son boletos de lotería; sirven para sólo una fecha y nadie asegura que te saques el gordo (literalmente, en este caso).
Todo está en el papel que llevan en el mercado sexual, no son accionistas: son los bienes.
Ustedes no compran, son compradas. Son una inversión a corto plazo.
En 20 años el valor de una aspirante a mujer del año se vuelve microscópico. Las arrugas, la edad, la neurosis de saberse un objeto termina venciendo lo rico que se movieron anoche.
Y al hombre del año no le pasa eso. Un hombre del año puede ser un fracasado, pero su verdadero valor en el mercado sexual alcanza su cúspide a los 35 y 40 años. Estabilidad económica y social pero sobre todo, mental, en contraste con su contraparte histérica (por histerión, útero, no por la enfermedad mental).
El fracaso de la mujer del año consiste en que engaña a la muchacha para que haga malas inversiones. Coger por estudios, ser madre por ser puta, ser irresponsable por ser divertida.
¡Pobre mujer del año! Le pica pero no sabe donde rascarse. Sabe que algo no está bien pero no sabe qué es. Y es eso, es que no sabe. Lo que sabe es lo que conoce y lo que conoce es que todo mundo se la quiere tirar. Es como una pizza, ¡Qué rica la pizza! Sabrosa, rica, jugosa como la mujer del año. Pero la pizza se come. Pobre pizza, destinada a desaparecer por ser sabrosa, como la mujer del año.
Lo bueno es que no todas las mujeres son mujeres del año. Píquenle a la segunda página de google en su búsqueda por la mujer del año. Miren a esas mujeres, las ignoradas. Las que nadie voltea a ver. Angela Merkel, Patricia Greenfield, Dilma Roussef, e incluso las que no aparecen en Google. Esas mujeres que están en casa educando a una generación, las que se muerden la mitad del útero para sacar a sus chamacos adelante y darles una buena educación para que sean hombres del año y no sean mujeres del año.
En el mundo también hay mujeres de a de veras. No esas barbies de plástico que venden en Walmart. Hay mujeres que se definen a sí mismas. Mujeres que saben ser mujeres y no dejan que los hombres del año les digan como tienen que ser. A esas mujeres les vale TRES CUARTOS DE VERGA si soy misógino o no.