Tengo una relación extraña con el país en el que nací y en el que vivo
Para empezar, no puedo llamarle mi país, no es mío. Yo no creé, ni lo vi crecer, jamás jugué con él ni le di de comer. No me pertenece y definitivamente no le pertenezco.
No siento bonito cuando México gana la copa del mundo, tampoco sé si México ha ganado la copa del mundo. El tequila no se me hace de las mejores bebidas del mundo y los escritores mexicanos (yo entre ellos, sí, ajá) son, a mi parecer, insípidos.
Me gusta su música, eso sí. Sus compositores y su comida me encantan.
También hay mujeres guapas acá, pero con eso de que aquí se lee un libro al año hay que elegir si uno la quiere guapa o la quiere lista.
Me gustan sus plantas y el olor que tienen los caminos de sus ciudades más viejas, un olor como a madera podrida y fruta echándose a perder que no es desagradable, es como amarga y dulce, ustedes saben de qué estoy hablando.
Me gusta la gente de aquí, pero la gente que sí es de aquí, no los mestizos (yo soy mestizo) ni los gachupines que creen que seguimos en 1520. Es gente que no ve para arriba ni para abajo a nadie, gente que sabe ser gente. No tienen el prejuicio de los mestizos que piensan que por tener un poquito de lo peor de los españoles en la sangre son superiores que la gente de aquí. Ni son como los gachupines, que piensan que van a enseñarles a vivir a los locales en un lugar que no pueden entender.
La gente de aquí, los que de a de veras son de aquí (se queda dormido)
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