Tenia 12 años la primera vez que me rompieron el corazón.
Llegué a la casa de la escuela, me encerré en mi cuarto, me derrumbé en la alfombra y comencé a llorar.
Me quería morir. Me daba miedo que nunca se desvaneciera el dolor y me quedara por siempre llorando en la alfombra. No entendía qué me pasaba.
Pasé así semanas, probablemente meses. Sí, el dolor disminuyó, pero jamás desapareció por completo. Sin embargo, el miedo sí se desvaneció; se convirtió en un acuerdo resignado a mi condición. Había aceptado que, a pesar de mi juventud, iba a pasar el resto de mis días con el corazón roto.
Después me volví a enamorar y mi condición desapareció. Hasta que me volvieron a romper el corazón y me volví a encerrar en mi cuarto a llorar en la alfombra.
Ahora tengo 21 años y he pasado por muchas más relaciones y me han roto el corazón muchísimas más veces de las que me he enamorado. A pesar de mi edad y de la madurez de la que presumimos todos los adultos, siempre me enamoro temiendo el inevitable encuentro con la alfombra.
Soy Rafael y llevo 9 años con el corazón roto.
Mucho gusto.
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