Hace como tres días soñé contigo.
Soñé que estábamos en una casa grande que un amigo en común había alquilado para una fiesta.
Estaba contigo en una habitación, tú tenías una blusa blanca, la que llevabas el día que te dije que me gustabas, y un pantalón negro.
Te besaba y te agarraba por la cintura. Te pregunté que si te acordabas de mí. Me dijiste que no, pero que no tenía nada de malo porque yo tampoco me acordaba de ti.
Te acuerdas cuando terminamos?
Te dije, tomándote de las manos, que yo tenía un sueño, estar contigo siempre, hacer mi familia contigo. Tú me dijiste que no tenías un sueño así.
Desperté, supongo. No hace mucho.
Te lo dije, de hecho. Te dije que por 5 años te había extrañado todos los días, que no había pasado un día sin que yo haya pensado en ti y que no terminaras como yo. Que no te aferraras a la gente. Me diste las gracias y me dijiste que me querías a pesar de que estuviera loco. Llevábamos años sin hablar.
No te había pensado desde hace mucho, pero hace 3 días te soñé y pensé en ti todo el día y te vi en todas partes. Como antes.
Y tenía que escribirlo, registrarlo como suelo hacerlo aquí. Escribírtelo. Porque este blog es por ti, Andrea. Desde el principio.
Y pensé en ti hace tres días y lo hice otra vez hoy. He pensado en hacerte llegar todo lo que he escrito sobre la idea que me formé de ti, porque definitivamente no escribo sobre ti. Tú ya eres una persona completamente distinta a lo que yo creo conocer de ti. No eres la Andrea de hace tres días, con su blusa blanca y su pantalón negro.
Creo que es la primera vez que escribo tu nombre aquí.
Bueno. Sabías que ya sé hacer salsa roja? Sí. Y ya hago mi tarea. Y plancho mi ropa, a veces.
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