Overkill

Había una vez un hombre, que era un niño, y vivía en una aldea de gigantes. Todos los días nuestro hombre-niño salía de su cabaña de madera y paseaba por la aldea, pasando a lado de gigantes, viéndolos llevar enormes elefantes al hombro para comer, cuando el sólo podía cargar una gallina o una oveja pequeña.



 A veces el hombre-niño se sentaba en una piedra y miraba pasar a los gigantes, se reía de como hablaban, con sus voces graves y palabras pequeñas (todo mundo sabe que los gigantes no son muy inteligentes), pero por muy listo que fuera, nuestro hombre niño no dejaba de ser eso: un niño-hombre pequeño y débil; y eso le hacía sentir triste, enojado pero sobre todo muy solo.

 El niño-hombre vivía solo en una aldea de gente enorme y sólo podía hablar con el sol y con la luna, pero prefería no hacerlo para mantenerse cuerdo, es por eso que empezó a crecer. Pero el no crecía como los demás, no, el no crecía hacia fuera o a los lados como hacen la mayoría de los hombres. Nuestro niño-hombre aprendió a crecer hacia dentro.

Verá querido lector, el crecer hacia adentro no es muy diferente a crecer por fuera, existen los mismos dolores por las noches que los niños sienten, el mismo cambio de fuerza, hasta la misma hambre que los niños en crecimiento muchas veces sienten, sólo que no es un hambre de alimento, al menos no alimento para el estómago, es hambre de alimento para el alma. El niño hombre había logrado encontrar ese alimento hablando consigo mismo, y había comido y crecido tanto hacia adentro, que decidió que no podía seguir creciendo en una aldea de gigantes que eran sordos a las palabras de un niño-hombre.

Una noche, mientras dormía, el niño-hombre tuvo un sueño: Estaba él, sólo en un bosque, estaba asustado y huía, pero no sabía de que, el sólo corría y corría muy asustado, entonces vio a lo lejos una luz, fuera de ese oscuro bosque, corrió lo más rápido que pudo y llego a un paraje lleno de árboles muy grandes y bellos, de maderas blancas y hojas amarillas, el sol brillaba y en medio del paraje había un árbol gigantesco y blanco. Nuestro niño-hombre se acercó y vio que en el árbol había tallada una placa de piedra, que simplemente decía:


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