Pasé tanto tiempo solo que ya me había hecho a la idea de que pasaría el resto de mi vida así.
No es difícil comprometerse con la idea. La soledad y yo teníamos un solemne pacto de respeto y dignidad, yo dejaba que ella se alimentara de mí y ella me dejaba justificar nuestra simbiosis con la excusa de que soy muy exigente. Pero la verdad es que a nadie le gusta estar solo.
Por muy buena persona que uno pueda ser, no hay forma de pasar tanto tiempo solo con uno mismo. Los efectos de la soledad le hacen a uno detestar no sólo los defectos ajenos, sino los propios, y no hay hombre solo que no haya sucumbido a los reclamos de sí mismo cuando uno se harta de la propia ineptitud e incapacidad para establecer relaciones amorosas o entablar amistades.
La relación con la soledad es igual de violenta y destructiva que cualquier otra relación con cualquier otro ser humano, sólo que esta se siente más pesada porque no tenemos con quien quejarnos. La relación con la soledad no tiene duelo cuando termina pero sí anula cualquier tipo de habilidad que se tenga para sentir empatía o relacionarse con los demás.
Es por eso que tiendo a rumiar en mis relaciones fallidas, no por aferrarme a las personas, sino por huir de la relación con la soledad.
En fin. Coman mierda todos.
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