Creo en la ternura de las almas marcadas por la tragedia.
Ese bálsamo de miedo que afloja a la amargura.
Que se le mete a uno en los huesos de las manos
para hacerlas de caricia fácil y de apretar seguro.
Es en las almas suaves donde la amargura deja la semilla
de la paciencia, la amabilidad y del consuelo.
Se riega con las lágrimas que se les secan a los amigos,
y con la lluvia que acompaña a los solos días fríos.
Sólo el que sufre sabrá dar alivio a aquellas almas
que poco conocen la pena.
No es de la risa donde nace el buen amigo:
es del llanto, del dolor, de la vergüenza.
Son estas almas las que están condenadas a sonreír por la vida
cargando una condena de gran tristeza y melancolía.
Los que sufren son los que en la tragedia encuentran el amor
por la felicidad de sus amigos.
Éstos pintan con sonrisas su amargura
Visten de risas a un malestar sombrío.
Porque conocen cuanto cuesta el sufrimiento
y no quieren dejarle la cuenta a sus amigos.
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