Elucubraciones de un adicto al Jet-set

Jamás he sido un galán, jamás me han llovido las mujeres y no hay una fila de chicas peleando por mi afuera de mi casa. Vaya, ni siquiera recuerdo que hubiese una mujer que haya dicho: "Vaya, ese tipo se ve guapo, me le acercaré", tengo muy mala suerte en eso de las mujeres.
Sé que no soy muy guapo, no tengo dineros por montones, mucho menos el coche del año. Pero sé una que otra cosa sobre aquellos seres de cabellos largos y faldas cortas (sonó muy misógino, pero en mi mente se leía genial); dice mi mejor amigo que yo sólo pienso en dos cosas, en problemas y en mujeres. Y bueno, eso es lo primero que sé de las mujeres: son un problema.

No son un problema terrible como las guerras o el hambre, pero son un problema. Al principio intenté enfrentarme a esa situación como enfrento la mayoría de las situaciones: No tomándolas tan en serio. Y entonces empecé a salir con mujeres y a conocer mujeres y a besar mujeres, pero sobre todo empecé a querer a las mujeres. No contaba que ellas querían enseñarme la segunda cosa que sé de las mujeres y dejar inutilizable mi estrategia de no tomarlas tan en serio: Las mujeres están locas.



Todas.
Sí, tú también.


También tu mamá.


Tu hermana tiene vagina? Está loca.


Tienes novia? Loca también.


Locas. Todas.


Pero platicando con esta mujer (también está loca) me dí cuenta que no todas están locas por las mismas cosas. Algunas están locas de celos, locas por los hombres, locas por el dinero, locas de atar, locas por robarte el corazón para luego dejarlo en la calle a que le pasen tres camiones de volteo y luego devolvértelo hecho mierda y decirte "ay, es que eres mi mejor amigo", locas en fin. Así que decidí enfrentarme a esta otra situación haciendo lo que mi corazón (lo curioso de mi corazón es que se encuentra en mi pene) me dijo: Tomar a las mujeres en serio. Entonces me acerqué a un espécimen extraño llamado "La mujer que es tu amiga" y empecé a escuchar sus consejos, me decía que tenía que cuidar a las mujeres, liberarlas del yugo de los hombres, protegerlas de las injusticias porque son como frágiles pétalos de un crisantemo en un pantano de hombres. Y así lo hice, y siempre obtuve la misma respuesta: "Rafa, eres un buen chico, pero no eres lo que estoy buscando."

Fue como a la quinta vez de escuchar la misma letanía que aprendí la tercera cosa que sé sobre las mujeres, además de la cuarta: Las mujeres no saben lo que quieren.



Y si lo saben, no saben como pedirlo. Al menos en lo que hombres respecta, piden igualdad y al mismo tiempo piden facilidades, piden ser tratadas como damas siendo groseras con los hombres (no todas, aclaro), piden sexo y luego dicen sentirse usadas. Ahí fue cuando aprendí la cuarta cosa que sé sobre las mujeres: Las mujeres no son frágiles pétalos de crisantemo en un pantano de hombres. Las mujeres son unas cabronas. Les gusta jugar con su comida, son (citando a Sabina) inocentes y perversas como un mundo sin dioses.


Dice Arthur Schhopenhauer que las mujeres son seres que están atrapados entre el ser adultos y niños. Yo sé que Arthur era un misógino de lo peor y también sé que era muy cuate de un fulano llamado Emil Cioran, del cual rescato esta cita:

"Ningún hombre escoge la vía del sarcasmo sin la ayuda de una enfermedad venérea o una mujer intratable"

Cuando hablaba sobre Diógenes (JA! Acabo de hacer un combo gigantesco de Cínicos).



Fue después de aprender todo esto que me armé de valor y me enamoré otra vez con un plan diferente ideado sobre lo aprendido: A las mujeres hay que decirles mentiras para tenerlas contentas.


Entonces fui feliz por un rato.


Y de ahí me cayó chahuiztle y me llevó la chingada.


Las mujeres mienten, mienten más que los hombres por una sencilla razón: Las mujeres hablan más, tienen más oportunidades de mentir. Pero, yo creo, que las mentiras de las mujeres son más cabronas, yo mentía sobre mi paradero para ir de vez en vez con los cuates por la cerveza o por un cigarro cuando estaba estresado. Pero las mujeres mienten sobre cosas grandes!

Yo veo el acto de mentir como construir el soporte de algo, si va a soportar algo pequeño no hay problema, como una canasta que lleva flores, puedes llenar tu canasta de flores (pequeñas y olorosas mentirillas) y llevártela tranquilo, sin dañar a nadie. Pero las mujeres quieren meter un PUTO elefante en la canasta. Cuando yo mentía sobre llegar cansado, ella mentía sobre la cornamenta que empezaba a crecerme en la mollera.



Ahí fue cuando aprendí la quinta cosa que sé sobre las mujeres: Con las mujeres nunca se gana, sólo se retrasa tu derrota. Fue entonces cuando reconsideré el plan de acción y me dije: "Bueno, por qué si de todos modos voy a perder, por qué me esfuerzo en entender a las mujeres?" 


Fue en ese momento, ese precioso momento cuando aprendí algo, no sobre las mujeres, sino sobre mí, la verdad más profunda de todas, y creo que muchos hombres podrán identificarse con mi caso:


No sé pinche nada sobre mujeres.




Ahí les dejo a Joaquín Sabina.