Hamburguesas y Espagueti. Parte 2

La memoria genética es algo muy cabrón, en realidad sorprendente. Digo, tenemos en nuestro cabello, piel, órganos no sólo características individuales, también cargamos con los vicios, costumbres, paradigmas y hábitos de nuestros antecesores. Yo sé que juego a la ruleta rusa cada vez que salgo de juerga, Carl Jung y Lamarck me lo recuerdan constantemente. Pero me volé los sesos genéticamente al caer en los peores vicios de la familia Bautista y la familia Vera:

Amor.



Me gustan las hamburguesas, no son mi comida favorita, pero me gustan, MUCHO. Se me hacen de los mejores inventos, son sencillas y deliciosas, algunas son grasosas otras tienen mucho queso, a mi no me importa, me gustan las hamburguesas.

Y también soy un hombre que ha viajado un poco. No he viajado por el mundo, pero puedo decir que he estado en varios estados del país. Y en todos mis viajes buscaba la mejor hamburguesa, si iba a un restaurante, decía si era bueno o no por la calidad de sus hamburguesas. Había un restaurante que estaba en la carretera de Campeche a Mérida que. hasta hace poco, se había llevado el premio de la mejor hamburguesa que había probado, la carne la hacían con arrachera molida y el pan sabía a GLORIA, ¡A GLORIA LES DIGO! Se llamaba la Ceiba, si lo ven, párense.



Esa hamburguesa estuvo invicta por mucho tiempo. Hasta que tuve una novia. Y la amé. La amé con toda la intensidad con la que se puede amar en esa edad tan loca que es la adolescencia. Ella vivía en Xalapa.

Yo siempre he ido a Xalapa porque la familia de mi padre es de allá, es de mis ciudades favoritas, por el clima y la cultura. Y por sus hamburguesas, hay unas que se llaman "La española" que están cerca del parque Juárez, las hacen de ternera y la carne se deshace de lo sabrosa. No miento. Si las ven, párense.



Pero un día, no teníamos mucho dinero, decidimos ir al supermercado a ver que nos podía alcanzar con 50 pesos. Nos moríamos de hambre, ella había pasado todo el día en la universidad y yo pues... Yo había pasado todo el día picándome los ojos, esperando a que saliera de la universidad. Ya en el super vimos un local de hamburguesas, no se veía como la gran cosa, pero había una cartulina verde con letras en marcador permanente que decía: "Hamburguesa, papas y refresco $25".


La convencí de comer ahí, atendía un hombre gordo, gordísimo, recuerdo haberle dicho a la entonces dueña de mis quincenas que si estaba tan gordo era porque sabía comer y si sabía comer, sabía cocinar.


Las hamburguesas llegaron. No se veían la gran cosa y las papas eran esas que venden congeladas en los price clubs. Y la probé. Y oh Dios, OH DIOS. Era LA hamburgesa, la cosa más rica que había probado en toda mi vida. Y ella pensaba igual. Estábamos tan, tan enamorados...


Cuando estaba hablando de esto con mi padre, dio la casualidad que estábamos en Xalapa y teníamos hambre. Pasamos cerca de un local simplón con un letrero de cartulina verde con letras en marcador permanente. Y mi padre sabía que iba a pedir esa hamburguesa.


Recuerdo su cara, se río mientras se iba la emoción del rostro y sólo me dijo unas palabras en francés:
 

La Persistance de la mémoire.







Sabía a nada.