Zapatos de tierra

Han salido a correr?
Es algo diferente, no creen? Yo solía hacerlo, a veces lo hago. Pero es como escribir, sólo cuando me dan ganas o no puedo con lo que tengo dentro de la cabeza y tengo que sacarlo, ya sea en sudor o en tinta. Pero correr, correr me cambia las cosas.

Vivo en una ciudad con mar, casi siempre está soleado, pero en noviembre y en diciembre entran los frentes fríos y con ellos llegan vientos con mucha fuerza, levantan la arena de la playa y la sacan a las calles y a las casas cerca del mar. Es impresionante pararse frente a ese inmenso titan de agua y sal, sentir como puede destruirte en segundos si te atreves a enfrentarlo, sentir como la arena te lastima la cara y el viento se burla de tus intentos de mantenerte quieto.

Siempre que iba a correr a la playa en noviembre/diciembre, llovía. E iba sin audífonos; me gustaba escuchar el plaf, plaf, de mis zapatos en los charcos cuando rebotaban en el piso. Había veces que me movía la tristeza, otras veces me movía la rabia, la alegría también es buen combustible.



Hubo un día, que me puse mis zapatos negros para correr, mi sudadera naranja y los shorts negros y salí a correr. Entonces la vi, me llamaba la arena, era casi de noche y había mucho viento, las palmeras estaban casi paralelas al piso de lo mucho que el viento las movía, la arena formaba muros con el viento y las el sonido de las olas lastimaba los oídos; la playa había preparado ese momento perfecto para que me encontrara con ella. Me quité los zapatos y corrí en la arena, corrí y corrí hasta que no pude más, fueron varios kilómetros de sentir la arena quemándome los ojos, los vidrios enterrándose en mis pies, el sudor manchando mi sudadera, el mar entrándome en los oídos. Fue el momento más feliz de mi vida.

Terminé mi carrera y lloré. Lloré todo lo que no había llorado por todas las cosas que había perdido por no hacer lo que hice precisamente ese día: Seguir adelante a pesar de todo.



Es tan fácil darse por vencido, digo, sólo tienes que detenerte y regresar a casa. Es fácil, la vida va a seguir si te detienes, nada cambiará, para qué correr? Para qué seguir? No vas a ningún lado de todos modos?

No. No hay que correr porque cambie algo, no hay que seguir para demostrar algo, no hay que moverse para llegar a algún lado.



Hay que correr porque ahí está el camino. Sólo por eso. Y seguir, seguir, seguir.

Me sangraron los pies. Pero ese día no corrí con ellos, corrí con mi alma y el camino me lo recompensó con el regalo más divino: Realidad, catarsis.