Un día después de que el ceño fruncido estableció la sucursal de arrugas en mi frente pero antes de una parte de mi vida que llamo "la fase del desengaño" (si, ya sé: que puto, pero al saber la historia sabrán que no hay nombre más ad hoc) me levanté de la cama poniendo los pies en el suelo como solemos hacer los seres afectados por la gravedad y me dirigí a que el espejo del baño me escupiera mis diecisiete años con unos trece de más y entonces lo vi, bueno "me vi" pero no era yo, el tipo se veía alegre y todo el que me conoce sabe que yo soy un tipo burlón y sarcástico pero jamás alegre, me han dicho que siempre estoy melancólico como si esperara a alguien que llega tarde, pero el "alguien" de este tipo era puntual y mujer pues se veía feliz, se le veía en los ojos.
"¿Por qué tan pinche feliz pendejo?" Me pregunte cordialmente. Pero no hubo respuesta, el tipo se limitó a sonreír y a mirarme con esos ojos tan carentes de melancolía.
Ahí sigue el guey, lo veo y me sigue sonriendo, sonríe desde que corté con mujer1, desde que se fue mujer2 y desde que le mentí a mujer3, hasta cuando mi Abuela enfermó sonreía, y si mi madre muriera mañana y fuera al baño por papel para secarme las lágrimas al alzar la cara sé que seguiría sonriendo. No me mal entiendan, no tengo nada contra la gente feliz, es sólo que su sonrisa me sigue hasta al dormir, y la pregunta no deja de morderme el hígado:
¿Qué tengo que hacer yo para ser tan feliz como yo?
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